miércoles, 6 de febrero de 2013

Una traumática visita al Centro



Desde hace poco menos de un año, y por causas que ahora no vienen al caso, dejé de ir al centro todos los días y eso está re bueno. Me desacostumbré rápido. Mi vida ahora transcurre entre barrios lindos de la Ciudad de Buenos Aires. Por suerte. Pero el otro día tuve que ir al centro sola a la noite para un recital, después de un tiempo que me pareció mucho, y me di cuenta lo feo que es (porque antes me parecía lindo). Me causó algo de repulsión. Yo no se si antes era feo y no me daba cuenta porque tenía que ir todos los días y estaba acostumbrada, o cambió mucho en éstos últimos tiempos. Y no hablo de los lugares comunes de “está lleno de gente, hay smog, hay ruido”, porque no suele haber -salvo circunstancias excepcionales- ninguna de todas esas cosas a la noche en la semana en el centro, y no las había.

Paso a relatar: el recital, espectacular. Djavan en el Rex. Sin palabras, nada más que decir. Salí tan maravillada, tan sensible, con el alma tan bien alimentada, tan feliz... que debe haber sido fuerte el contraste. Fui caminando por Corrientes hasta Carlos Pellegrini y luego por Diagonal Norte hacia la parada del 50. Eran las 12 de la noche, más o menos. Mi compañero de vida siempre me dice que cuando vuelvo a esa hora me tome un taxi, pero yo quería recorrer un poco, estar un rato más en la calle, mirar, escuchar, oler... buehh...
Lo de mirar y oler fue un error, porque estaba todo lleno de basura. No se porqué desde hace un año la basura no se recolecta como antes, que era más o menos normal, no veías la calle a la noche llena de bolsas negras y olor a putrefacción. Se que hay un conflicto, pero nunca se soluciona y pasaron meses. Con la basura estaban las consabidas ratas caminando como si estuvieran adentro de una tubería y no hubiera gente que las mira. Decí que ya hice un tratamiento para vencer la fobia, pero verlas igualmente me da asco. También había miles de cucarachas... que además ya no le tienen miedo al ser humano y caminan hacia vos como para venir a pedirte un pucho. Juro que no exagero ni un poco, y eso que a veces me gusta exagerar, pero en éste caso no hace falta.

Mientras esperaba el colectivo, de algún lado que no podía precisar venía un olor a meo que mataba. Girando la cabeza para todos lados, identifiqué la fuente. Como para no haber olor, si había un par de tipos meando en plena calle, embocando en el pozo de una obra que debe estar hace meses en el medio de la diagonal, que debe producir un lindo caos de tránsito durante el día. Y además, cuando a la mañana van los obreros a laburar, seguramente tienen el hueco lleno de meo. Eso sin contar que los tipos no sólo usaban el pozo de la obra de baño, sinó que además tenían el choto al aire sin problemas como si el “baño” estuviera dentro de sus casas. Y todo con una fila de gente esperando el colectivo frente a ellos. Como dice mi madre, “perdieron el pudor”. Y veo pocas posibilidades de que lo encuentren.

Mi visita al centro fue traumática, sólo por esa franja de 15 minutos de tiempo ahí. Fue justamente cuando empecé a pensar, todavía con la música brasilera que había escuchado hasta minutos antes retumbando en mi cabeza, si el centro había cambiado mucho desde que yo no voy todas las noches o siempre fue así y no me daba cuenta.

Es que a veces cuando uno vive contaminado como que se acostumbra, como que eso pasa a ser “lo normal”. Pero recuerdo que me gustaba salir del trabajo por Corrientes a la noche, encontrar las marquesinas iluminadas, luces por todos lados, tomarme un café en La Giralda, en Havanna o comerme una pizza en Los Inmortales o Guerrín. A lo mejor es verdad que la Ciudad está peor, está más caótica. Y cómo yo me muevo por barrios lindos, no atravieso problemas de transporte seguido, no tengo que marcar tarjeta en el trabajo, y no manejo un auto por nuestras calles (otra cosa de por si bastante estressante) sinó que la mayoría de las veces voy en bici, o en un bondi bastante amigable. Pocas veces en el subte.

Seguí pensando y me pregunté que le pasará a un turista cuándo ve, oye y huele todo eso. Porque en esa zona está lleno de turistas. Me dan ganas de decirles que vayan a conocer Parque Patricios, Parque Chacabuco, Boedo, Villa Urquiza... en fin... Yo garpo todo eso por ir a escuchar a Djavan un par de horas y por seguir viviendo en Buenos Aires. Por ahora.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Algo que no creí que iba a subir a mi blog


Yo también tuve una novia bisexual”, última novela de Guillermo Martínez, está muy bien escrita, se lee en tres días, pero al terminarla no logré encontrar un fragmento para mi cajita. Concentrándome, logré quedarme con el recorte que aparece a continuación: no porque me guste específicamente, sinó porque me llamó la atención el cómo está escrito (bien, eso no hay duda, pero igualmente raro).
Aquí, el personaje principal describe de manera detallada y algo barroca una “fellatio”, incluyendo las exóticas imágenes que se le vienen a la cabeza -una clase de anatomía del secundario y el himno a Sarmiento, entre otras- para concentrarse y así evitar que su novia le gane una apuesta. Una apuesta zarpada del personaje y del autor, sobre como hacer, de una “fellatio”, un hecho literario. Ahí va! Que la disfruten...


lunes, 1 de agosto de 2011

Un personaje marginal y su particular manera de entender el amor

Luego de salir de la cárcel, Valfierno (aquí Enrique), un hombre sin pasado, comienza a reescribir el relato de su vida de acuerdo a través de distintas marcas. Una persona que no había conocido los afectos ni el amor, comienza a sentirse atraído platónicamente por la hija de su patrón en el negocio de telas donde trabaja y vive. Merceditas es una mujer casta y solterona, nada agraciada. Y en las tardes de lectura detrás del mostrador, Enrique comienza a tener ese sentimiento por primera vez e intenta explicarse a si mismo de que se trata: este amor nunca se concreta en algo material. Él no quiere ni puede concretarlo. Para él son sólo reglas que en el futuro le permitirán entender lo que es y seguir construyendo el relato de su pasado ficticio, una identidad inventada. Este joven, personaje principal de la historia, es quien luego de varios años robará el cuadro de la Gioconda en el Museo del Louvre de Paris sin que nadie lo note. Una ficción construída a partir de un caso real, un delito internacional cometido por el argentino Eduardo Valfierno en 1911. Con esta novela, Martín Caparrós ganó el premio Planeta 2004.

viernes, 22 de julio de 2011

Galeano y una particular anécdota sobre la Independencia de Brasil

Para quedarse pensando en las herramientas culturales que se ponen en juego a la hora de construir la imagen de los próceres, para que queden en la inmortalidad de la historia. Este texto desmitifica el relato oficial de la Independencia de Brasil, inmortalizado en la obra de Pedro Américo de Figueiredo e Meló. Bien por Galeano,  para recordar que los bronces también fueron seres humanos... 

El arte oficial en Brasil
El pincel de Pedro Américo de Figueiredo e Meló, artista del género épico, ha retratado para la inmortalidad el sagrado instante.
En su cuadro, un airoso jinete desenvaina la espada y lanza el grito vibrante que da nacimiento a la patria brasileña, mientras posan para la ocasión los Dragones de la Guardia de Honor, armas en alto, y flamean al viento los plumajes de los cascos de guerra y las crines de los caballos.
Las versiones de la época no coinciden exactamente con estas pinceladas.
Según esas versiones, el héroe, Pedro, príncipe portugués, se agachó a orillas del arroyo Ipiranga. Le había caído mal la cena y estaba quebrando el cuerpo para responder al llamado de la naturaleza, al decir de una de las crónicas, cuando un mensajero trajo una carta de Lisboa. Sin interrumpir su tarea, el príncipe se hizo leer la carta, que contenía ciertas insolencias de sus reales parientes, quizás agravadas por su dolor de barriga. Y en medio de la lectura, se alzó y echó una larga blasfemia que la historia oficial tradujo,
abreviada, en el famoso grito:
Independência ou morte!
Y así, esa mañana de 1822, el príncipe arrancó de su casaca las insignias portuguesas y se convirtió en emperador del Brasil.
Años antes, otras independencias habían querido ser. En Ouro Preto y en Salvador de Bahía. Habían querido ser, pero no fueron.

martes, 12 de julio de 2011

De herencias negadas leyendo a Galeano

Un maravilloso texto de Espejos, último libro de Galeano, que nos permite reflexionar sobre la falta de reconocimiento que suele ofrecer la cultura "occidental" a las culturas que no son occidentales. Tal como los moros de Galeano, muchas culturas han aportado mucho más de lo que creemos a la historia de la humanidad, pero claro, desde Europa nos han educado para no poder verlo. Un ejemplo de situaciones de ignorancia cultural que se repiten en todo el mundo... Hermoso relato que impacta por su simpleza y su profundidad al mismo tiempo. Aquí lo presento mientras sigo leyendo "Espejos", a ver que encontramos para guardar en nuestra cajita...

La herencia negada (del libro Espejos, de Eduardo Galeano, pag 110)


Una noche en Madrid, pregunté al taxista:
-¿Qué trajeron los moros a España?
-Problemas -me respondió, sin un instante de duda ni vacilación.
Los llamados moros eran españoles de cultura islámica, que en España habían vivido durante ocho siglos, treinta y dos generaciones, y allí habían brillado como en ninguna otra parte.
Muchos españoles ignoran, todavía, los resplandores que han dejado aquellas luces. La herencia musulmana incluye, entre otras cosas:
la tolerancia religiosa, que sucumbió a manos de los reyes católicos;
los molinos de viento, los jardines y las acequias que todavía dan de beber a varias ciudades y riegan sus campos;
el servicio público de correos;
el vinagre, la mostaza, el azafrán, la canela, el comino, el azúcar de caña, los churros, las albóndigas, los frutos secos;
el ajedrez;
la cifra cero y los números que usamos;
el álgebra y la trigonometría;
la obras clásicas de Anaxágoras, Ptolomeo, Platón, Aristóteles, Euclides, Arquímedes, Hipócrates, Galeno y otros autores, que gracias a sus versiones árabesse difundieron en España y en Europa; las cuatro mil palabras árabes que integran la lengua castellana; y varias ciudades de prodigiosa belleza, como Granada, que una copla anónima cantara así:

Dale limosna, mujer,
que no hay en la vida nada
como la pena de ser
ciego en Granada.