lunes, 1 de agosto de 2011

Un personaje marginal y su particular manera de entender el amor

Luego de salir de la cárcel, Valfierno (aquí Enrique), un hombre sin pasado, comienza a reescribir el relato de su vida de acuerdo a través de distintas marcas. Una persona que no había conocido los afectos ni el amor, comienza a sentirse atraído platónicamente por la hija de su patrón en el negocio de telas donde trabaja y vive. Merceditas es una mujer casta y solterona, nada agraciada. Y en las tardes de lectura detrás del mostrador, Enrique comienza a tener ese sentimiento por primera vez e intenta explicarse a si mismo de que se trata: este amor nunca se concreta en algo material. Él no quiere ni puede concretarlo. Para él son sólo reglas que en el futuro le permitirán entender lo que es y seguir construyendo el relato de su pasado ficticio, una identidad inventada. Este joven, personaje principal de la historia, es quien luego de varios años robará el cuadro de la Gioconda en el Museo del Louvre de Paris sin que nadie lo note. Una ficción construída a partir de un caso real, un delito internacional cometido por el argentino Eduardo Valfierno en 1911. Con esta novela, Martín Caparrós ganó el premio Planeta 2004.


VALFIERNO ( Martín Caparrós, 2004, pag 119)

Una de esas tardes me convencí de que había encontrado el amor. (…)
Tuve un destello de alegría: como una llamarada. Yo no había tenido mucha experiencia del amor: la cárcel me llegó muy pronto y decir que no había tenido mucha es un modo de decir ninguna. Marianita era el recuerdo de otra vida. Yo ya había, por supuesto, transpirado en burdeles: nada más alejado. Esto era lo más distinto que se pudiera imaginar: el amor, una reunión tan pura de las almas. Era un encuentro sin barreras, en un terreno tanto más elevado que la lascivia de la carne. Y ahora sabía -sin necesidad de decírselo ni de escuchárselo decir- que ella lo compartía: que ella, sin decírmelo tampoco, sentía por mi lo mismo.

Amor tiene sus reglas. Amor, en realidad -lo que cada tiempo o lugar suele llamar amor- es un conjunto de reglas que cada tiempo reformula. Amor tiene sentidos que varían: serenidad, desquicio, el hallazgo, una meta, lo imposible, un presupuesto básico, la razón de su vida, el muro insuperable, una mantita. Amor es una palabra que sólo se pronuncia -que sólo se supone, se vislumbra- cuando el que puede pronunciarla conoce esas reglas, cree que tal situación se adapta a ellas. Enrique no las conocía. Dedicaba tantas horas a estudiarlas, empezaba a sospechar que ya sabría.
(…)
La miraba: a veces me quedaba mirándola un rato largo sin que ella lo notara -¿sin que ella lo notara?- y me alegraba ver que no había nada que enturbiara esa pureza: que lo que sentía por ella no estaba ensuciado por la carne. Ella no estaba ensuciada por la carne. Tenía dientes notorios, la frente ancha y abombada, los pómulos marcados: carne que no disimulaba los huesos por debajo. La carne no era lo que importaba en esa cara, tan veraz, tan cerca de su calavera. A veces -alguna vez- pensé en hablarle de nuestros sentimientos, en pedirle la mano, en estrecharla. Pero me maravillaba ver como podía controlar esos impulsos. Además cualquiera de esas cosas me parecía una traición: arruinar todo con un golpe animal. Éramos, sin duda, mucho más.

2 comentarios:

  1. Si, es muy lindo lo de la mantita... a mi me llamó la atención lo de "un presupuesto básico"... increíblemente, debe haber muchas maneras de imaginar el amor. Tantas como personas...

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